“Es un fracasado vs. es exitoso”: ¿De qué depende? ¿Cuánto dura el éxito? ¿Además de exitosos y fracasados, qué otras categorías hay? ¿Qué factores intervienen en el éxito? ¿Alcanzarlo es responsabilidad de cada uno? ¿Por qué no todos lo alcanzan?

Ser alguien
En una encuesta que realizamos hace unos años en una secundaria, una de las preguntas era “¿Cuál es tu meta más importante en la vida?”, a lo que la mayoría de los estudiantes respondió “Ser alguien”. La primera reacción ante esta respuesta es una sensación de tristeza. ¿Por qué un adolescente se siente “nadie”? ¿Por qué sentimos que lo que hemos hecho en trece años —o a veces en cincuenta— no es nada, o al menos no lo suficientemente importante para convertirnos en alguien?
Las salidas fáciles ya las conocemos: estudio o trabajo obsesivo que nos permita sentirnos indispensables, una vida sexual compulsiva que nos brinde la ilusión de ser deseados, la violencia para demostrar la hombría, el alcohol o las drogas para escapar a la pregunta, la sumisión para no asumir la responsabilidad.
Pero ¿qué o quién nos infunde esa idea de que no somos nadie? ¿por qué aceptamos participar en una competencia por llegar a una meta que propiamente no existe? ¿Qué significa ser alguien? Obtener el reconocimiento de los demás a nuestro trabajo, capacidad o posición social puede crear temporalmente la fantasía de que “ya la hicimos”, pero es efímera. ¿La categoría “ser alguien” es una provisional o definitiva, es decir, ¿sólo es necesario llegar o hay que mantenerse en ella? ¿Qué señales nos advierten que ya somos alguien? ¿Qué número de admiradores, empleados, alumnos, libros publicados, ventas o tarjetas de crédito garantizan nuestro lugar?
La sensación de ser nadie, ¿con qué se relaciona? ¿por qué el simple hecho de existir no basta para considerarnos alguien? Se nos ocurren algunas razones: una sociedad obsesionada con el éxito que nos hace sentir a todos como cucarachas corriendo por la cocina en busca de bienes que simbolizan el éxito: belleza, dinero, poder, sex appeal… ¿cuánto se requiere para decir “ya”? A pesar de ser evidente el engaño —pues nadie considera que tiene suficiente—, mordemos el anzuelo.
No son sólo los adolescentes, sino también su entorno. Los padres pendientes y preocupados —cuando no obsesionados— porque su hijo sea el mejor, tenga las mejores calificaciones, sea el deportista más destacado, sea perfecto, están convencidos de que la exigencia genera superación, cuando en realidad le transmiten la sensación de que no vale, de que nunca estará a la altura de sus expectativas, de que nunca será un triunfador.
Nadie dice que educar es fácil, pero ¿será
imposible lograr que nuestra juventud se sienta aceptada, querida y reconocida?
¿por qué engañarlos haciéndoles creer que un cierto status los hará felices?
¿por qué hacerlos correr toda la vida detrás de bienestares disfrazados de
felicidad que por experiencia sabemos que no lograrán satisfacerlos? ¿Por qué
no mentir menos?