
Y cuando desperté… me había convertido en humana de segunda. Asumo sin problemas los 63 años (desde hace dos semanas) que me han recorrido y soy indiferente a las alzas y caídas de la bolsa de las convicciones. Sobreviví a la caída de la URSS porque mi adhesión a la teoría marxista pasaba por el deseo de justicia social, no por la realpolitik. Sobrevivo a los cambios permanentes del idioma español por parte de la RAE porque los considero una justificación para cobrar sueldos, muy elevados por cierto. Sobrevivo a numerosos rockstars de la filosofía y de la educación porque para mí, en el fondo, lo único que importa es la convivencia basada en un comportamiento ético.
Ahora me pregunto si sobreviviré al virus del siglo veintiuno, entre otras razones porque se ha decidido que las personas de la tercera edad -nunca me hubiera definido como tal- no son prioritarias ante esta pandemia. Dicen que las normas -establecer quién sí y quién no- son necesarias para hacer más eficiente la actuación de los médicos. Cierto, pero se me ocurren otras normas posibles: que se excluya de la atención médica a los políticos, a los magnates, a los flojos, a los de ojos azules, a los flacos, a los fumadores, a los prepotentes… en algunos casos por ser dañinos a la sociedad y en otros porque sí. Pero en numerosos países -o en todos, no lo sé- decidieron descartar a los mayores de sesenta basándose en que ya vivieron varias etapas de la vida y ahora hay que darles la oportunidad a otros. Parece justo.
El problema con la justicia social aplicada es que siempre se basa en criterios arbitrarios. El razonamiento podría ser radicalmente distinto: si una persona ha vivido sesenta años en la pobreza o sin afecto o sin derechos, ¿no se le debería dar la oportunidad de aprovechar esos diez años más para disfrutar? Podría argumentarse que quien ya tuvo privilegios -económicos, sociales, educativos o afectivos- debería ceder su lugar a quienes no los tienen. Que los profesionistas deberían sacrificarse por los analfabetos y los cultos por los incultos. Podrían alegar que a ellos les corresponde la oportunidad que otros ya tuvieron. También se me ocurre que quienes han cometido crímenes contra la sociedad -corrupción, abuso del poder, asesinos- ya demostraron que no pueden contribuir al bien común, por lo que deberían ser los primeros en el pasillo de los condenados.
Aunque mis propuestas son muy buenas -dudo que alguien lo dude- su implementación toma más tiempo, porque la evaluación es más lenta y los médicos tienen prisa. En cambio, con los números es mucho más sencillo: la población mundial se divide entre los que nacieron antes de marzo de 1959 y los que nacieron después. Es claro, pragmático, y, en una sociedad que ha devaluado a los viejos, evidente.
Termino con dos llamados: el primero, a todos los “viejos” del mundo para que, unidos, demandemos penalmente a políticos, científicos y empresarios que se han empeñado en alargarnos la vida sin pedir nuestra anuencia. Tenemos que soportar una serie de enfermedades e intervenciones para que ellos tengan trabajo. El segundo llamado es más bien un recordatorio a toda la sociedad que aplaude la medida darwinista: así como hoy son estigmatizados los viejos, antes lo fueron los niños, los jóvenes, las mujeres, los ateos… les sugiero que se cuiden.
Hola, Esther.
He llegado hasta aquí por casualidad y ¡bendita casualidad! Me ha encantado este post y ahora buceraré por algunos más. Me ha gustado por la verdad (no de los hechos, que no te conozco) sino de las palabras. Y estoy de acuerdo contigo, por descontado.
«El problema con la justicia social aplicada es que siempre se basa en criterios arbitrarios» y es, como dices, el verdadero problema de la justicia social.
Creo que esta crisis no está generando división de clase (sin entrar en Marx 🙂 ) ni injusticias, como se dice de manera reiterativa. Esta crisis lo que ha hecho, y no es poco, es evidenciar unas injuticias y diferencias que existían previamente. Ponerlas de relieve y sacudirlas ante los ojos de cualquiera. Pero el poder, como dice mi sobrina pequeña, «es muy poderoso» y ya ha propulsado ferozmente el discurso de que «lo injusto, eso intangible que te hace crecer sin nada porque otros lo tienen todo, esa negación de la existencia dependiendo de tu lugar de nacimiento y desarrollo, viene dado por la violencia de esta crisis». La injusticia y la división, en esencia y con este discurso, ya no puede ser «pensada» porque viene dada de manera intrínseca a las circunstancias. Objetivo (del poder poderoso) conseguido.
Pero la lucha sigue, el pensamiento crítico, el altar de la razón, en textos como el tuyo (si me lo permites).
Gracias por el post y enhorabuena.
(Siento la extensión de la respuesta)
Un afectuoso saludo desde España,
Adrián.
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Muchas gracias, Adrán, coincido contigo. Saludos
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Buenos días, Esther.
Por un error en wordpress, al escribir un comentario ayer en este post (que me encantó) redirigía a una web eliminada hace tiempo y no, como ahora ya, a la actual. Esto nos generaba un par de problemas y eran (1) la gente no sabía quién le escribe o, al menos, qué forma (blog) tiene y (2) más importante, no teníamos notificaciones cuando se daban respuesta a comentarios para poder realizar diálogo, que es lo que nos mueve a ello.
Sentimos las molestias.
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Sí, yo no entendía bien qué pasaba. muchas gracias
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