
¿40 días de encierro y aún no me tiro por la ventana? No es extraño, tomando en cuenta que mi casa no tiene ventanas que brinden esa posibilidad, pero las semanas se acumulan y falta lo peor, y yo tranquilita, como si esto fuera parte de la vida. Lo es, pero no había previsto este capítulo en mi biografía no escrita: espontáneamente voy registrando, profetizando, lamentando, programando.Lo más extraordinario de este encierro -en sí mismo extraordinario- es la ausencia de rebeldía, la resignación, incluso yo diría el buen espíritu con que me lo he tomado. Hoy me sorprendí pensando que ya sólo falta un mes para encarrilarme de nuevo. La idea de volver a la vida acelerada y dejar atrás esta especie de embotamiento que me mantiene ajena a los asuntos serios no me entusiasma. A ratos mi super yo me ataca con frases como “estás desperdiciando tu vida” o “cuál es la utilidad de acumular días vacíos, sin producir nada”. Como defensa, viene a mi memoria el poema Las moscas de Machado en voz de Serrat y me sumo, muy mal entonada, a la celebración de esas “Inevitables golosas, que ni labráis como abejas, ni brilláis cual mariposas…”, esas moscas vulgares y vagabundas. Que todo lo importante requiere atención no lo dudo, pero no quiero hacer nada importante, sólo arrastrar las ganas de un lado a otro, sin ropa formal, consignas ni citas, nada que me apriete. Las expresiones “fecha de entrega” y “compromiso” suenan cada vez más ajenas, mientras que las siestas, la falta de horario y de actividad me hacen sentirme cada vez más Bartleby, pues hablar al supermercado o hacer una transferencia son tareas a las que mi yo más auténtico responde: “Preferiría no hacerlo”.Así me siento: incapaz de concentrarme en un libro, la comida, las noticias, las series… todo lo sobrevuelo sin aterrizar. Esta mañana, en la regadera, bajo el agua tibia que regaba mi placidez boba pero placentera, tuve una iluminación y pude nombrar el estado en que me encuentro, lo llamé dispersión. Se trata del hecho de repartir, de distribuir la atención en varios asuntos. El diagnóstico escolar para estos casos apunta hacia un trastorno por déficit de atención que suele aterrizar en una receta de Ritalin.La dispersión no es productiva, incluso es amenazante porque tiende al caos, compañero de la confusión, mismos que suelen exorcizarse dividiendo la existencia en meses y horas, en tiempos de trabajo, de socialización y de vida privada. Estos escapan al desorden gracias a los rituales que nos vamos imponiendo. No es extraño que el encierro haya alterado nuestros hábitos, y es precisamente porque estamos alterados que nos sentimos un poco perdidos, dispersos… Sospecho que, en el fondo, lo que nos altera es el miedo a la muerte, ésa que se exhibe de manera impúdica cada noche en los medios. He (mos) consagrado décadas a la ocultación de la muerte, a pretender que es algo excepcional, de lo que me siento excluido. Repentinamente, los gobiernos han decidido que es un asunto de todos (aunque la batuta la tienen ellos) y que su deber es inocularlo en cada individuo. La muerte está ahora a un click de distancia, con cifras e imágenes, proyecciones y comentarios. Se me ocurre que la dispersión nuestra de cada día es una forma de no poner la atención en la pandemia personal que, en el fondo, cada uno está sufriendo.