Todos tratamos de salvar a los demás de su propia ignorancia imponiéndoles la nuestra. Después de cada conversación sobre el Coronavirus me quedo dudando si soy irresponsable, paranoica, prudente o todo, según el informe del día. ¿Será ésa la nueva clasificación de los mortales? Entre todos, vamos trazando fronteras en el mapa imaginario del bien y del mal: es una forma de apropiarnos de la pandemia, de volver nuestro ese enemigo invisible que, cuando nos descuidamos, nos llena de angustia. Sin nada que hacer, me pongo a inventar categorías para clasificar(nos) de acuerdo a algunas de las actitudes y comportamientos que probamos ante la pandemia:

El que se lo toma muy en serio: No sale de su casa y no permite que nadie entre. Tiene las manos ásperas de tanto jabón; cuando recibe algún paquete, lo rocía con desinfectante y lo deja afuera de la casa. Está al día en todas las noticias y nos obliga a escucharlo como si estuviera haciendo su buena obra del día. Su consigna es “más vale que sobre (cuidado) y no falte”. Se considera ciudadano ejemplar, puesto que no pone en peligro a nadie (no se ha dado cuenta que los mensajeros que le llevan la comida son los que se exponen por él).
El que medio se lo toma en serio: sale, pero poco. Ve a algunas personas, pocas. Lee noticias, pocas. Su método de protección consiste en que todo sea poco, por lo que va una vez a la semana a comprar comida (poca, para poder regresar caminando) y tres días a correr en un horario en que coincide con poca gente. Como el anterior, si necesita algo que sale de su dosis de exposición, lo pide a la casa, pero trata de que sean pocas las ocasiones en que esto suceda. La cita con la que acosa al resto de la humanidad es “Hay que ocupar en todo el justo medio”.
El que no se lo toma en serio: cada vez que toca la puerta en casa de algún conocido y le dicen que no puede entrar ni ellos salir, lo considera exagerado. La sabiduría que lo acompaña desde que tiene memoria se resume en la frase “no pasa nada”. Está convencido de que nadie se va a contagiar por ir al mercado o a tomar un café. Ve el resumen diario de contagios como un espectáculo para neuróticos; sabe -desde lo más profundo de su ignorancia- que nadie se ha muerto por salir a la calle.
El que no toma nada en serio: Su lema es “De algo nos vamos a morir”, pero no cree que sea por el Covid19, pues la proporción de muertos por gripe o influenza es incomparablemente mayor. Por ello organiza fiestas, sale sin tapabocas y se detiene a conversar con la gente en la calle. Se burla de quienes se cuidan, pues la vida es una y hay que disfrutarla. Ni por un momento piensan que su actitud sea irresponsable.
El que no lo cree: aunque hay variantes de este grupo, coinciden en que somos víctimas de una conspiración: unos creen que el virus fue fabricado en China, y otros que no existe o que todo depende de la mente. Su vena misionera los impele a difundir su creencia para que los demás dejen de vivir en el engaño. “Cuando te toca, te toca” repiten cada vez que alguien toca el tema. Se consideran casi casi salvadores de la humanidad.
Una aclaración pertinente: uno puede caer en una, dos o tres categorías, dependiendo de la hora del día. Y si bien es cierto que algunos quisieran cuidarse más y su trabajo no se los permite, me atrevo a suponer que caen en alguna de estas categorías. En caso de no ser así, pueden mandar su queja, que aparecerá como “fe de rata”.