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Pandemia 1.13

Estaba lista para reinventarme, incluso ya había googleado “reinventarse” pero me dio flojera elegir uno de los 4 740 000 resultados. Pensé que necesitaba empezar con una idea auténticamente mía. La esperé, luego otra vez, pero no se me ocurría nada. Decidí darme unos días, pero parecía que la reinvención era imposible; estaba equivocada, porque yo estaba buceando en mis profundidades esperando encontrar algo y resulta que ese algo vino a buscarme.

Viendo en las noticias un rectángulo -el del analista financiero- dentro de otro rectángulo, descubrí que la realidad no sólo se ha aplanado, sino también rectangulizado y que algún día, cuando salgamos de la casa, ya no podremos reconocer el mundo, pues no podremos leer tantas dimensiones. Hice un esfuerzo para reconocer al menos al hombre que decía en mil palabras lo que cabría holgadamente en diez, y lo que estaba detrás de él, es decir, su casa.

Los televidentes pudimos apreciar una sala color ocre, algunos adornos cursis y unas tazas. Fue entonces cuando me asaltó el temor: ¿Qué imagen proyecto cuando doy una clase o una charla, o en un encuentro amistoso por zoom?

Rápidamente, fui a la computadora y prendí la cámara para ver “mi fondo”, es decir, mi escenografía: es una pared blanca y muda, sin ningún encanto. Ya en plan de reinventarme, pensé que debía proyectar “la mejor versión de mí misma”. Decidí darle vida a mi rectángulo con algunos cuadros: descolgué los que me han regalado Betty, Tomás y Aníbal, además de las fotos que me regaló Claudia. Satisfecha con mi nueva imagen, me senté a dar clase y al ver la pantalla me di cuenta de mi error: parecía la bodega de una galería de arte. En vez de mostrar mi sensibilidad artística, destaqué mi torpeza.

Al día siguiente compré nardos, margaritas, rosas y orquídeas, y las distribuí de manera que fueran captadas por la cámara. Mi pretendido amor a la naturaleza se tradujo en un local del mercado de Jamaica. Evidenciada mi carencia de dotes decorativas, opté por la investigación: revisé los videos de algunos maestros, entrevistas y conferencias, y descubrí lo evidente: todos mostraban un librero con muchísimos libros, lo cual transmite la imagen de una persona respetable y culta. ¡Y yo, dando la imagen de una ignorante!

Se me presentaron dos problemas: el primero, mi Kindle recién comprado, símbolo de la superficialidad de los lectores-de-avión, así que lo escondí. El otro es que no tengo un librero frente a mi computadora… aunque hoy vi que anunciaban un papel tapiz estampado con lomos de libros que parecen muy serios… Es culpa de las pantallas, me han aplanado el criterio.

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