Coloquio, Filosofía, Filosofía en la ciudad

Historia de un secuestro (y la liberación de Sophía)

La filosofía nació y creció en la calle pero, dado su potencial subversivo, fue secuestrada y aislada de la sociedad; muchos de sus adversarios pugnan por exterminarla. Esta microbiografía selectiva en clave dramática ubica tres momentos importantes en el desarrollo de la filosofía: de su época callejera destacan los diálogos en que Sócrates acosaba a sus discípulos con preguntas para que dieran a luz pensamientos propios. El segundo momento fue la institucionalización de la filosofía, estableciendo que la universidad es el lugar -el único- propio al pensamiento filosófico. El tercero es producto de la sociedad neoliberal, que pulveriza lo que sea ajeno al mercado. Como no corresponde al homo faber ni al homo consumens, no acaba de entender para qué sirve esta disciplina y arremete contra ella exigiendo su eliminación, tanto en las universidades como en la educación media superior. En pocas palabras: una actividad se convierte en disciplina y ambas son perseguidas.

La filosofía en el aula -especialmente en el bachillerato- no constituye un fracaso absoluto: algunos de los sobrevivientes al sistema educativo acrítico y homogeneizador, aquellos que problematizan la realidad y quieren entender el mundo, estudian la carrera de filosofía, se convierten en investigadores universitarios, construyen problemas, desarrollan pensamientos originales y escriben textos a los que tiene acceso una minoría selecta, adiestrada en el uso de un léxico especializado. Estudian los problemas del “campo”, y se esfuerzan por alcanzar un conocimiento “puro”, tan “científico” como el de las ciencias naturales. Trabajo respetable y respetado: la sociedad requiere filósofos profesionales. Pero no sólo. Decía Luis Villoro que “la filosofía no conoce, piensa”. Y todos necesitamos pensar, pasar por un cedazo las verdades soberbias que nos taladran desde los distintos poderes: el de la costumbre, el político, el económico… Necesitamos ser menos dóciles y más preguntones. Estar más dispuestos a interrumpir el flujo de la vida, a detener toda actividad para poder pensar.  Y la ocupación de pensar no se acaba pues, como afirma Hannah Arendt, “es como la tela de Penélope: deshace cada mañana lo que terminó la noche anterior.”

Yo me he preguntado muchas veces por qué estudié filosofía y todavía no lo sé, tampoco sé cuál era mi objetivo. No era para dar clases de filosofía ni para ser filósofa de a deveras, pues desde el primer semestre descubrí que ese status quedaba fuera de mis posibilidades. Nunca sería Kant, Nietzsche ni Hegel. Y sin embargo, perseveraba: leía, escribía, discutía, perseveraba. Creo que mi mayor talento consistía en hacerles preguntas a los maestros y discutir, discutir, discutir hasta que se agotaba la clase… y su paciencia. Así, logré terminar la carrera y escribir una tesis que no por haberme “tomado” tres años merece ser leída. El título -disculparán lo pretencioso-: El concepto de ideología en Gramsci. Yo entendía lo que leía, pero no lograba articular el contexto ni las ideas, no me quedaba clara la propuesta del filósofo italiano. Podía explicarla, pero en pedazos; y lo que me resultaba imposible era conectarla con el mundo y con la vida.

Sin embargo, y a pesar de que el tema fue elegido más por los intereses de mi directora de tesis que por los míos -si es que los tenía-, un pasaje de los Cuadernos de la cárcel se me quedó grabado, demostrando que las tesis no son inútiles: en unas líneas, Gramsci señala que las diferencias entre los filósofos y los demás son cuantitativas: el filósofo profesional piensa con mayor lógica y coherencia, sistematiza mejor y, como conoce la historia del pensamiento, puede darle un sentido al desarrollo de éste y retomar los problemas en el punto en que se encuentran. Nada más. 

En dos o tres páginas, deja claro que no se puede separar la filosofía “científica” de la “vulgar y popular”. Para él, “la mayoría de los hombres son filósofos en cuanto obran prácticamente y en cuanto en su obrar práctico (en las líneas directrices de su conducta) se halla contenida implícitamente una concepción del mundo, una filosofía”. Por ello, la historia de la filosofía en realidad es la historia de las iniciativas de una determinada clase de personas para cambiar las concepciones del mundo -el “buen sentido”- de cada época, y modificar así las normas de conducta. 

La filosofía de una época no es la filosofía de un filósofo, un grupo de intelectuales, o algún sector de las masas, sino la combinación de todos estos elementos, que se vuelve norma de acción colectiva y pasa a ser “historia”. ¿Cuál es para este autor la tarea de la filosofía? Dado que todos los seres humanos piensan y poseen sentido común, que cuando proponen “tomar las cosas con filosofía” están invitando a la reflexión, el objetivo es volver crítica una actividad ya existente en la vida cotidiana. –

¿Cuál será hoy esa concepción del mundo que se traduce en las acciones de los individuos? No lo sé, pero se me ocurre que uno de los elementos que la componen tiene que ver con el individualismo y la autosuficiencia, con esta idea de que merezco todo y todo puedo lograr, con la que nos adormece la autoayuda. En las últimas décadas del siglo pasado, mientras en las universidades se daban importantes discusiones sobre la enseñanza de la filosofía, algunos convencidos de la necesidad de enseñar historia de la filosofía, otros de plantear problemas o de enseñar a argumentar, surgió un nuevo adversario ajeno a lo académico: las subculturas del New age. Una auténtica contracultura derivada del existencialismo que tuvo su apogeo con el movimiento hippy y que en poco tiempo invadió las calles, las librerías, los supermercados, los medios y las academias. La promesa de entregar a las personas el control de su vida y del sufrimiento, en presentaciones para todo público, demostró rápidamente su potencial económico. 

A través de mensajes simples -generalmente versiones distorsionadas de filósofos reconocidos- que se difunden a través de cursos, videos, retiros y diplomados, se venden recetas para vivir y se garantiza la propia superación. Con una apología del bienestar, el reto de la autenticidad -la vida plena- y la expulsión de la culpa como tarea urgente, estas culturas de la superación personal han convocado a millones de mujeres y hombres a convertirse, con la mayor ingenuidad, “en lo que realmente son”. Al preparar este tutti frutti –ad hoc a la concepción neoliberal- no han tenido reparo en mezclar filosofía, música, medicina holística, yoga, esoterismo, psicología, danza, ambientalismo… La mezcla referida -¿o debería decir ideología?-, potencia el egoísmo disfrazado de desapego y la idea de que la voluntad es todopoderosa. Este culto al yo desemboca en una renuncia a la razón, a las relaciones interpersonales y a la responsabilidad social. 

Mientras el negocio de la autoayuda florecía promoviendo una actitud acrítica y “desapegada” de la realidad, la filosofía se mantuvo como una actividad de élite, productora de conocimiento, domiciliada en las facultades, al margen de la sociedad. Para muchos, las masas constituían un tema de análisis, no una tarea concreta.  Pero “la filosofía no es vocación, sino misión”, como nos lo recuerda Villoro.

Puesto que no seguí el camino de profesor de filosofía, ¿qué caminos quedaban para cumplir una misión que, por más que se escriba con minúsculas, seguía siendo un pendiente? Y aunque la vida me haya llevado a veces con mi consentimiento y a veces no, a distintos escenarios, quedaba uno por pisar.

Un día, leyendo el periódico, me topo con la noticia de un café filosófico en París. Sin conocerlo, decido plagiarlo. Años después me fui enterando de que existían iniciativas para hacer filosofía en diversos espacios de las ciudades, una actividad que escapa al control de las autoridades educativas y que se multiplica en varios países, como muestra el libro “La Filosofía. Una escuela de la libertad”, publicado por la UNESCO en 2007 con colaboraciones de investigadores, profesores y consejeros filosóficos. El libro presenta una mirada panorámica de la situación de la enseñanza de la filosofía en los distintos niveles escolares y termina con “Otros caminos para descubrir la filosofía: la filosofía en la polis”, capítulo que incluye la pluralidad de las prácticas filosóficas actuales. En cuanto a mí, a la mitad de la pandemia, desperté y me di cuenta de que llevo más de veinte años realizando cafés filosóficos en la Cafebrería El Péndulo.

Un rápido recorrido histórico nos muestra cómo se ha ido construyendo la filosofía en la ciudad, actividad que ha recibido denominaciones como Filosofía práctica y Prácticas filosóficas. Comparten objetivos, tareas y principios: su finalidad es la constitución de un sujeto pensante, individual y colectivo; el eje de la actividad es el diálogo, en torno al cual giran temas, dudas y problemáticas; está abierta a todos, a pesar de que supone la colaboración de una persona competente; no hace hincapié en la historia de la filosofía ni exige la referencia a autores; defiende la ética por oposición a la moral, desarrolla una cultura del cuestionamiento y favorece el debate para asegurar una evolución de las representaciones o de las opiniones de los participantes. Las prácticas filosóficas difieren principalmente por el público al que se dirigen, por sus finalidades y metodologías, y por sus supuestos filosóficos.

La historia es reciente: en la década de los setenta, Mathew Lipmann crea la filosofía para niños, un método particular para acercarlos a la problemática filosófica y promover una concepción democrática desde la infancia. En los 80, Achenbach introduce en Alemania la Filosofía aplicada como una forma de orientación individual para personas que buscan comprender o solucionar problemas y creen que la reflexión y el diálogo filosófico les resultan útiles. En esta vía le siguió Lou Marinoff en los Estados Unidos. En los años 90, Marc Sautet inauguró en Francia otra vertiente de la práctica filosófica: los Cafés filosóficos, que se caracterizan por el debate grupal en torno a un tema elegido por los asistentes. Rompen con el formato de la clase de filosofía para crear un espacio para pensar y discutir filosóficamente y los animadores no son exclusivamente filósofos, sino personas de diversas disciplinas con habilidades para promover el cuestionamiento y el pensamiento filosófico. 

En las siguientes décadas se multiplican las iniciativas, tanto en formatos como en espacios: talleres filosóficos (Michel Tozzi), filosofía en la empresa, filosofía en medios difíciles -con niños en peligro, en hospitales, cárceles-, máster en práctica filosófica, certificación, salida profesional, filosofía en la biblioteca, el día (-el mes, la noche- de la filosofía), las olimpiadas filosóficas, libros, revistas, proyectos de internet, cine-debate…

El libro de la UNESCO, que por cierto fue traducido y publicado en México gracias al Observatorio filosófico en los años… plantea que el interés actual por la filosofía -el deseo de filosofar- se arraiga en el terreno de la experiencia personal: los individuos que asisten a estas actividades no formales y, en cierta medida públicas, buscan satisfacer deseos o necesidades propios en lo cultural, lo existencial, lo espiritual, lo terapéutico, lo político lo relacional o lo intelectual. Lo cual muestra, en mi humilde opinión, que la filosofía sirve para vivir.

¿Por qué tiene éxito esta herejía? Creo que la culpable es la duda: En mayor o menor grado, las mujeres y los hombres dudamos de tener la razón, de lo adecuado de nuestros métodos, de la sinceridad de los conocidos, del diagnóstico de los médicos, de la calidad de nuestro trabajo, de la amistad de los amigos y de la fidelidad de los amantes. Y la duda nos atormenta, nos quita el sueño, nos roba la confianza, despanzurra la autoestima y cercena las relaciones. Por ello, a menudo preferimos volver a nuestra existencia anestesiada, con “los clichés, las frases hechas, la adhesión a códigos de expresión o de conducta convencionales y estandarizados [que] tienen socialmente la función de protegernos de la realidad, de esa exigencia de pensamientos que los acontecimientos y los hechos despiertan en virtud de su existencia.” 

A la existencia anestesiada podemos proponer una alternativa: pensar entre varios, prestarnos los cerebros para compartir el tormento y el gozo de la duda, de la reflexión y del cuestionamiento. Esta es la tarea de los cafés filosóficos, un espacio ganado al dogmatismo y a la indiferencia donde nos damos el lujo de sabernos defectuosos y falibles, seres a quienes la verdad absoluta está negada, pero que disfrutamos tratando de alcanzarla. 

2. La filosofía en la ciudad como meta y como seminario

Un día, en 2016, algunos estudiantes de pedagogía y filosofía creamos un Seminario de filosofía en la ciudad en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. El objetivo era reflexionar sobre esta actividad, cuestionarse, por ejemplo, si los cafés filosóficos tienen algo de filosófico, y formarse como animadores de café, decidimos formar un equipo de trabajo. Desde 2016, estudiantes de Pedagogía, Filosofía y otras carreras nos hemos estado formando como animadores de cafés filosóficos. Así, sentamos las bases de nuestra práctica. 

En una segunda etapa, pasamos a los retos metodológicos: un animador no es un maestro, no es un tallerista ni un líder espiritual, es la persona que anima a los participantes a debatir sobre el tema elegido, de manera democrática, sin imposiciones -nadie es dueño de la verdad-, con cierto rigor. Es el que formula las preguntas que deberán sostener y ampliar el debate para que cada participante, desde su mundo, desde su biografía, haga suyos los cuestionamientos. No es una clase en la que se brindan conclusiones, sino que cada uno se lleva las dudas propias y las ajenas para construir su propia postura.

En una tercera etapa iniciamos los cafés filosóficos en los espacios que pudimos conseguir -que no fueron muchos-: una cafetería, una librería y después, gracias a un acuerdo con la Delegación Cuauhtémoc, en plazas y parques de dicha delegación. La Biblioteca Vasconcelos nos abrió las puertas y, además de los cafés quincenales, instituimos el Maratón Filosófico por el Día mundial de la filosofía, actividad que hemos mantenido a lo largo de los años, incluido el 2020, a pesar de la pandemia. Los temas han sido: “Sofía, la callejera”, “Pecados, tentaciones y otras perversiones”, “¿Por qué da miedo un sombrero?” y “¿Este mundo es una sopa?”.

Los nuevos tiempos exigen nuevas estrategias por lo que, a una semana de la pandemia, nos vimos obligados a cambiar las calles y los cafés por el Zoom, alternativa que nos reportó varios beneficios, entre ellos el contar con el tiempo necesario para preparar y participar en cafés filosóficos tres veces por semana. A lo largo del año realizamos casi 150 cafés con públicos diversos y participantes de otros países de Centro y Sudamérica. A través de la página de Facebook se difunden los carteles de los tres cafés filosóficos de la semana, animados por tres personas distintas. Esto ha representado un entrenamiento intensivo para todo el equipo, pero no agradecemos a la pandemia, sino a quienes decidieron seguirnos. Nuestro intento por monetizar los cafés fracasó, pero nuestras ganas nos salvaron.

En el 2021 iniciamos una nueva fase, pues hoy la mayoría del equipo es becario de Pilares -Puntos de encuentro, innovación, libertad, arte, educación y saberes- donde no sólo realizan actividades educativas y cafés filosóficos, sino que desde hace varios meses, el equipo está a cargo de un Diplomado en Formación de moderadores para Cafés Filosóficos, con el fin de que la experiencia se replique. Asimismo, logramos que Filosofía en la ciudad se convirtiera en un proyecto PAPIIT, lo que nos permite ampliar nuestro horizonte.

Como todos los proyectos, éste deriva del entusiasmo, del trabajo, de las manos solidarias que nos tendieron y, sin duda del azar. Pero también creo que si las puertas se nos han abierto con relativa facilidad, probablemente es porque hay gente interesada en los espacios creados para reflexionar filosóficamente, para escuchar, para intercambiar ideas y debatir. Parece que la filosofía está siendo llamada a las calles, a recuperar el espacio público que la sociedad neoliberal ha poblado de centros comerciales, de mensajes individualistas, de llamados a convertirnos en seres eficientes. La filosofía vuelve a las calles para hacerse presente a los individuos, para decir que no todo lo que se puede hacer es éticamente correcto, para actualizar la práctica de hacer preguntas. La filosofía vuelve como espacio subversivo que interrumpe el flujo del tiempo y del movimiento e invita a pensar con otros. Pensar en voz alta para que quienes comparten la duda analicen, evalúen y acepten o rechacen cada idea expuesta. La filosofía vuelve a su lugar de nacimiento con su capacidad disruptora para restaurar el debate y el diálogo en libertad, para ofrecernos el placer que se deriva del descubrimiento, de entender un poco mejor el mundo, de vivir de forma más apasionada.

El reto -nuestro reto- es multiplicar la iniciativa sin perder el objetivo. 

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