Decisiones

Vida a la carta

Cuando en el siglo pasado Collodi empezó a publicar su novela por entregas, Pinocho, decidió ahorcar al protagonista en el capítulo XV. La inconformidad de los lectores se hizo patente, por lo que tuvo que reconsiderar el final y convertir a Pinocho en niño. Collodi nunca se imaginó que estaba escribiendo uno de los libros más vendidos después de la Biblia, ni que inauguraba una forma de relacionarse con el público en la que éstos también querían tomar la pluma y definir el final que deseaban leer.

Hace algunas décadas apareció en las librerías una colección infantil llamada “Elige tu propia aventura”. En ella el lector no quedaba sometido a la voluntad del escritor, ni necesitaba expresar su desacuerdo, sino que podía elegir el orden en que quería recorrer el libro. Las alternativas eran limitadas, pero les daba a los niños la ilusión de ser ellos los autores, de crear su propia historia.

Lo mismo sucede con los adultos. Cada vez nos encontramos con más alternativas para detalles ínfimos de nuestra existencia: podemos elegir entre más de diez tipos de café con cinco variedades de leche distinta, y todavía podemos pedirlo con 2 “shots” o más, y escoger entre dos tipos de azúcar y tres de endulzantes. En casa, tenemos una multitud de series en cada plataforma, de manera que a veces tardamos tanto en elegir una, que preferimos ir a dormir. Cuando tenemos que comprar algo solemos ir a uno de los centros comerciales cercanos donde se despliegan infinidad de opciones para que nosotros, clientes todopoderosos, seleccionemos el escaparate adecuado. Ahí mismo se nos ofrecen doce, dieciocho o veinte cines para que escojamos nuestra película preferida.

Todo se nos da a la carta. Los bancos, los gimnasios, las universidades y los hoteles ofrecen programas personalizados que, dicen, se ajustan a nuestras necesidades. Todo se une para darnos la sensación de libertad y omnipotencia: “Yo hago lo que quiero”. Y si tenemos dudas, decenas de terapias están ahí para ayudarnos.

Sin embargo, la libertad suele estar lejos de estas decisiones banales que difícilmente afectan lo que somos. En esta época de pandemia las opciones son muy difíciles -correr riesgos en la salud o en la economía, confiar en los dictados de los científicos o ponerme a investigar-, pero existen otras preguntas que han sobrevivido a siglos, modas y creencias: ¿qué tipo de persona quiero ser? ¿Qué quiero hacer con mi vida?, ¿Qué tipo de relación quiero construir con mi pareja? ¿Qué quiero transmitirles a mis hijos? ¿Cómo debo reaccionar frente a un abandono? ¿Qué necesito para ser feliz? ¿Por qué nada me satisface? Las respuestas a estas interrogantes no aparecen en el menú —ni siquiera en los libros de recetas para la vida— y, por lo mismo, a menudo ni siquiera nos las planteamos.

Cada vez con más frecuencia se multiplican las decisiones que tenemos que tomar: qué carrera elegir, qué coche comprar, qué ropa ponernos, qué tipo de dieta seguir, qué marca de dentífrico usar, a quién invitar a cenar, qué libro leer, qué clase tomar, qué preceptos seguir… Todas requieren tiempo y energía, por lo que a veces sentimos que la vida se nos va en decidir simplezas mientras nos mantenemos paralizados sin poder elegirnos a nosotros mismos.

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