Cuando vi a la vecina acercarse a mi puerta para ver qué me traían de la farmacia me puse en guardia. Me asustan las conversaciones que inician con “¿Qué medicina estás tomando?”, por temor a revelar el arsenal que oculto en casa y a que me tachen de obsesiva. Pero no se enfrenta el apocalipsis –y sus tráileres- con una receta surtida en el súper. Ignoramos cuánto dure la batalla, cuál será la intensidad y cuáles las armas pertinentes. Para no sufrir desabasto -no soy ninguna principiante- organicé las mías por departamentos:
Estrategias no invasivas: A falta de una cobija como la de Linus, yo deposito mi fe en cojines para recibir un poco de calor. Tengo tres cojines de semillas que, después de pasar un minuto en el microondas tienen un efecto analgésico, desinflamante y apapachador. Son ergonómicos y se adaptan a cualquier sufrimiento. También cuento con una compresa de gel bipolar: se enfría en el congelador y se calienta en el microondas… uno elige dependiendo de la posición del enemigo. Las armas de este departamento son tan amigables que he llegado a utilizarlas todas simultáneamente. Las más inofensivas son los aparatos de masaje -rústicos, fabricados en serie o con diseño hípster- que he ido acumulando a lo largo de décadas; también unas pelotas de tenis y otros objetos que, por pudor, voy a omitir.
Armas eléctricas de contacto: La más utilizada de esta categoría es el cojín que con sólo enchufarse extiende calor a lo largo de 150 centímetros cuadrados y neutraliza el malestar de amplias superficies del cuerpo. El inconveniente es un pequeño botón que permite elegir la temperatura, pues durante la batalla uno se concentra en aniquilar al otro, no en tantear, medir, comparar, probar. Cuando logre la temperatura exacta el enemigo ya me estará embistiendo. En un arrebato de credulidad intenté reemplazarlo por un asiento masajeador dotado de seis motores de vibración –que resultó totalmente inocuo- y un electroestimulador cuyas descargas me recuerdan de quién es el cuerpo; al adversario sólo lo distraen.
Armas de destrucción masiva: Fármacos para el dolor, para el sistema nervioso, para la inflamación, para la gastritis: morfina, cortisona y paracetamol se codean con bacilos lácticos, antiácido, pomada de marihuana, gotitas homeopáticas, melatonina, boswellia… Pueden producir los más extraños efectos, desde mareos hasta cara de luna –una manera poética de nombrar la hinchazón del rostro- o cambios en la personalidad. Se requiere mucha prudencia al ingerirlos, pues uno se acuesta seducido por una migraña y despierta con una emergencia entre los brazos.
Por mucha fe que tenga en la ciencia -en realidad no la tengo, sólo finjo para no provocar su ira-, cada enfermedad me demuestra que tanto el diagnóstico como la cura son meras coincidencias: no sé si el dolor inicia la retirada por efecto de la medicina o si la diarrea lo está opacando. Como realicé mi entrenamiento militar en Wikipedia, no podría determinar con precisión los efectos de cada medicamento, pero doy fe de su pericia para manejar el factor sorpresa. Mi estrategia defensiva ante una posible emboscada es un post-it amarillo en la cabecera con el teléfono de la ambulancia.