Una casi siesta
Cierro los ojos para descansar un poco del dolor; la sabiduría popular me ha convencido de que con los ojos cerrados se sufre menos. Cierro los ojos cuando voy al dentista, cuando me inyectan o me extraen sangre…para no hablar de cuando me someto a estudios con descargas eléctricas y agujas: en ese caso, los clausuro. Seguir leyendo…
Guía Roji versión 2.0
La dinámica social de la enfermedad es muy peculiar. Cuando los demás se enteran de nuestro padecimiento, la primera pregunta es “¿Qué te pasa?”. Ante esa expresión espontánea de solidaridad y calidez acostumbro ofrecer un rápido esbozo para informar sin afectar, pero rara vez paso de la ubicación geográfica: “Es la espalda…” o “Mi cabeza…”. Seguir leyendo…
La muñeca fea
Ahora que estoy enferma, mi familia y amigos cercanos traducen su cariño en llamadas diarias para preguntarme Cómo estás, algunos incluso vienen a visitarme, me traen chocolates y chismes. Yo lo agradezco pero, por culpa de Descartes, me pregunto si vienen a acompañarme para aliviar mi dolor -tarea imposible- o para entretenerme un rato y conjurar la amenaza de que los 125 mg diarios de Lyrica despierten en mí pensamientos suicidas como advierte la página del laboratorio. Otra hipótesis es que algunos me visitan porque no tienen nada que hacer. Seguir leyendo…
A la guerra no se va sin armas
Cuando vi a la vecina acercarse a mi puerta para ver qué me traían de la farmacia me puse en guardia. Me asustan las conversaciones que inician con “¿Qué medicina estás tomando?”, por temor a revelar el arsenal que oculto en casa y a que me tachen de obsesiva. Pero no se enfrenta el apocalipsis –y sus tráileres- con una receta surtida en el súper. Ignoramos cuánto dure la batalla, cuál será la intensidad y cuáles las armas pertinentes. Para no sufrir desabasto -no soy ninguna principiante- organicé las mías por departamentos: Seguir leyendo…
El descuido de Freud
Freud ni siquiera lo pensó: diseminó palabras y expresiones por el mundo y se despidió con una sonrisa, ignorando -quiero creer- el daño que nos causarían ideas como la de las enfermedades psicosomáticas. Antes pescabas una pulmonía y la gente te compadecía, rezaba, te atendía para que no te levantaras de la cama. Hoy cualquier hijo de vecino te pregunta los motivos profundos que te llevan a huir del mundo, con qué asocias la respiración o qué representan los pulmones en tu iconografía emocional. La enfermedad no importa: tuberculosis, colitis o un hombro dislocado generan la misma reacción: consulta a tus fantasmas. Seguir leyendo…
Del uno al diez
He escuchado tantas veces esa pregunta que ya debería haber elegido un número, cualquiera, que permita a los médicos seguir alegremente con su cuestionario, que sólo mide el dolor en rebanadas. En vez de eso, respondo con un tímido “Depende de la hora, del día… no siempre es igual”. Como insisten en capturar lo intangible con un signo absoluto, las diferencias suelen zanjarse con un siete o un ocho. Seguir leyendo…
Un punto sin retorno
Toqué el timbre que correspondía a Dr. E. Fue una decisión difícil, tuve que poner en una balanza las opiniones mis hermanos (en cuyo juicio no confío) que me prevenían contra esos estafadores que no llegan a médicos, y mis amigas (en cuyo juicio tampoco confío) que me aseguraban que sólo los acupunturistas alivian el dolor pues llevan miles de años perfeccionando el método. Cuando llegué a ese punto sin retorno en el que ya no tengo nada que perder, cedí ante las que consideraba mis amigas. “Te va doler”, me advirtieron, pero después de lo recorrido, ¿qué pueden unas agujitas contra mi fuerza de voluntad? Al entrar, me sentí auténtica y heroica, no cualquiera se anima. Seguir leyendo...
Pensaba que era magia
Ir al médico es una experiencia turística, al menos para mí. Lo que pretendo a cambio del pago -siempre excesivo- no es que me revise la presión y los pulmones, sino que me acompañe en un recorrido por el país que habito para que conozca su clima y su idioma, pero sobre todo a los menesterosos que viven en las calles, la basura de las banquetas, el cielo embarrado de dióxido de carbono. Quiero que me acompañe como enfermo que siente y sufre, no como médico que diagnostica y cobra. Seguir leyendo…
Odio a los sanos
Odio a los sanos. Odio la sonrisa de superioridad con la que se pasean por el mundo. Odio que se crean inmunes a los males de los demás. Nunca se quejan, nunca se sienten mal.
Miguel, Berenice, Alejandro… Cuántos de mis amigos entran en la categoría de los que no tienen en su buró —ni en su casa— diclofenaco, Aspirinas o Pepto-Bismol. Me cuesta imaginar sus vidas: nunca despiertan con una pequeña protuberancia en la muñeca, una hinchazón en los pies o un extraño en su interior que les impida pensar. La sal de mar y las aceitunas son detalles en su mesa, no remedios para la baja presión. Trabajan en la computadora durante horas sin una alarma para levantarse cada treinta minutos, porque su espalda no protesta. Seguir leyendo…