Todo por una hoja
I
Ese año nos cambiamos de casa y tuve que dejar a mis amigos de la secundaria antes de lo previsto. La despedida fue triste y húmeda pues Ana, Vero y yo no paramos de llorar. Me dolía separarme de ellas, pero lo que realmente me atemorizaba era la idea de llegar a una escuela donde no conocía a nadie.
Mis miedos estaban justificados: el primer día de tercero de secundaria supe lo que sienten las arañas al ser observadas en un microscopio. Mi cara, mi cuerpo, mi ropa, mis útiles, mis palabras, mis movimientos, hasta mis gestos eran objeto de una inspección minuciosa por parte de los compañeros que no se tomaban la molestia de disimular su disgusto. Sabía cómo son recibidos los alumnos nuevos porque yo misma me había encargado de hacerle la vida difícil a un niño que llegó de Torreón y aterrizó en mi grupo de sexto; por ello, me metí en la cabeza que debía ser muy prudente, tener paciencia y, sobre todo, mucho tacto: a los quince años todos somos bichos de cuidado.
Mi estrategia consistió en pasar desapercibida al principio, mantener distancia con los maestros, no entregar todas las tareas, participar un poco en clase, no molestar a nadie, reírme de todos los chistes –juro que eran malísimos-, vestirme con jeans y playeras que no se me embarraran… en pocas palabras, tratar de evitar las etiquetas: ni matadita, ni tonta, ni mala onda, ni resbalosa, ni sangrona… ¡ufff! Fue una tarea agotadora pero en las vacaciones de diciembre ya era amiga de algunos y aceptada por la mayoría. Me lo merecía y lo estaba disfrutando, pero unos meses después me di cuenta de que todos mis esfuerzos podían verse anulados por una hoja.
Fue en junio, la lluvia estaba ahogando nuestras neuronas y Fernando, el profe de Mate, estaba de malas. De pronto, suena su celular y, contra su costumbre, contesta. Debe ser un asunto importante pues a pesar del aguacero, sale al pasillo para hablar. Mientras, Saúl se levanta de su banca en la primera fila y, con gestos de mimo, va a asomarse al portafolio del profe, que está abierto. Los demás platicamos o le copiamos a alguien la tarea, hasta que lo oímos exclamar:
-¡Descubrí un tesoro!
Todos volteamos a verlo, apurándolo con nuestras miradas: Fernando podría volver antes de que nos enteremos del hallazgo.
-¡El examen de matemáticas!
Nos miramos incrédulos, es una especie de milagro, no sólo eso: la salvación. La mayoría de la clase sabe que va a reprobar Mate y Fernando es uno de esos maestros que se toma muy en serio su papel y no hace ninguna concesión.
-A ver, fíjate qué viene, ya no tarda en entrar -urge alguno de los compañeros.
-Se va a tardar -interviene otro-, ¿no vieron? Lo llamaron de su casa o de la Dirección; a lo mejor lo están regañando por explicar tan mal…
Sin perder tiempo, Saúl saca la hoja que vio y da un nuevo grito:
-¡Chido! ¡Aquí trae todas las copias!
-Vuélate uno -le dice Armando emocionado-, ni se va a dar cuenta.
No quito los ojos de la puerta, como si con la mirada pudiera mantenerla cerrada, pero la idea me aterra, nos van a descubrir… La ingenuidad del grupo me molesta tanto que pregunto con mi tono más hostil:
-¿Cómo que no se va a dar cuenta? Mejor déjalo, nos van a quemar vivos.
Yvonne me mira sarcástica: -¿Estás loca? Es lo único que me salva del extraordinario.
-¿Y si nos expulsan…?
-Claro -declara Armando solidarizándose con Ivonne-, tú ya sabes que vas a aprobar, pero nosotros no.
Desde la puerta, Alan nos insta a dejar de perder el tiempo en conversaciones inútiles y a tomar una decisión antes de que sea demasiado tarde. Saúl voltea y nos enfrenta: -¿Quieren el examen o no? Ya está en mis manos.
Todos están conscientes de que el sí nos convertirá en cómplices, por lo que dudan un instante mientras alguna compañera se muerde los labios, otro levanta los hombros, otros se truenan los dedos… el temor es evidente, pero lo decisivo será el grito de Alan, el grito de ahora-o-nunca.
¡Ahí está Fernando!
Como si le hubiéramos dado enter a la computadora, Saúl arruga la hoja y se la mete al pantalón. El profe entra pensativo y pide que alguien pase a resolver un problema en el pizarrón. Durante el resto de la clase estamos inquietos, nuestras miradas se cruzan una y otra vez. Por fin, suena el timbre y nos quedamos solos. Yolanda se levanta y cierra la puerta; mientras formamos un círculo alrededor de Saúl, se abre la negociación:
-¿Y ahora qué hacemos?
-Resolver el examen ¿qué quieres hacer?
-¿Y si nos cachan?
-De todas maneras ya no se puede hacer nada. No podemos devolverlo.
-No, imagínate que nos viera, sería peor.
-Ya no sean miedosos, ni se va a dar cuenta.
-Podemos hablar con él y explicarle lo que pasó.
-Sí, cómo no.
-Miren, si nadie ve el examen y nos sacamos la calificación que esperaba Fernando, a lo mejor no le importa…
Esta última es mi opinión, y aunque algunos hacen gestos de aprobación, no se atreven a oponerse. En cambio, los que me consideran infame sí levantan la voz.
-Pero a lo mejor sí, y de todos modos nos va mal. Yo prefiero jugármela, porque si no saco diez estoy reprobada. A lo mejor en tu escuela todos eran obedientes, pero a nosotros nos gusta la aventura.
¡Ya dejen de discutir a lo tonto!
-Bueno, el que quiera el examen que me lo pida, voy a decirle a mi hermano que me ayude a resolverlo-. Con esta invitación de Saúl concluye el debate.
-Sale, nos vamos juntos para sacarle copias a la salida para irlo preparando. ¿Quién quiere una copia?
No todos dicen “yo” pero, al final, la mayoría acabamos con una copia en las manos. También yo, porque no estoy tan segura de aprobar y porque me da miedo quedar excluida del grupo si no la acepto. En la secundaria no se pueden correr esos riesgos.
II
Llega el esperado y temido lunes del examen. A pesar de la invaluable ayuda del hermano de Saúl, muchos se ven nerviosos; otros están tan sonrientes que Fernando debe percibirlo mientras se pasea por las bancas. Todos fingimos que nos estamos rompiendo la cabeza, pero antes de que termine el tiempo ya están los treinta y cinco exámenes encima del escritorio. Somos malos actores, no hay esperanza.
Al salir, es tanta la alegría que nos abrazamos, brincamos y bailamos. Enrique bromea con Ivonne:
-¿Cómo te fue en el examen?
-Igual que a ti
-No, porque yo contesté mal una pregunta
-¿Cuál?
-La última
¡Yo también!
Las risas nos contagian y celebramos nuestra osadía; somos geniales, no cabe duda.
III
Lo sabía, era imposible que no nos descubrieran. El miércoles a última hora Fernando, con los exámenes en la mano y cara de pocos amigos, se para frente a nosotros mientras nos hacemos chiquitos y contamos los segundos que nos quedan de vida.
-No califiqué los exámenes porque no tiene caso ponerles una calificación que no merecen.
-¿Y por qué crees que no la merecemos? –pregunta Alan provocando la admiración del grupo por su audacia.
-Porque todos copiaron el examen.
Aunque la acusación no nos sorprende, sentimos que somos víctimas de una injusticia, tal vez porque es la única manera de resistir el pánico que nos invade. Tenemos que defendernos, no es hora de flaquear.
-No es cierto, ¿por qué dices que copiamos?
-Estuviste vigilándonos cada segundo, ¿cómo íbamos a copiar?
-Además, ¿a quién le íbamos a copiar, si nadie puede resolver los problemas que nos pones?
-Por eso me extraña tanto que en esta ocasión, en forma absolutamente inesperada, hubiera casi puras respuestas correctas; las suficientes para que no puedan engañarme.
-Entonces, ¿qué caso tiene estudiar?, si de todas formas nos va mal…
-Jóvenes, no voy a discutir con ustedes. Lo único que quiero es saber quién tomó el examen de mi portafolio.
Silencio total, nadie se da por aludido. Sólo falta que después de que todos copiamos, le echemos la culpa a Saúl. Estamos metidos en un lío que pinta bastante mal. Volteo a ver el dibujo que está haciendo mi compañero de al lado: un muñeco ahorcado.
-¿No me van a responder?
-¿Cómo vamos a responder si nadie lo tomó? Ni siquiera sabemos dónde los guardas.
-Profe, si ya nos conoces. ¿Cuándo te hemos robado algo? Deberías confiar en nosotros…
-Repito la pregunta. ¿Quién tomó el examen de mi portafolio?-. Ante el silencio, Saúl decide utilizar argumentos más convincentes:
-Miren, ustedes son un buen grupo y no me gustaría que tuvieran problemas por esto. Tomar un examen es una falta grave por dos razones: es un robo y, además, están copiando, con lo cual pretenden engañar a la sociedad que, a través de la escuela, está midiendo los conocimientos que poseen. Añadir a estas faltas la mentira me parece peligroso… Sé que es difícil confesar cuando uno se sabe culpable, así que les daré tiempo para que lo mediten. Quiero una respuesta el lunes, si no la obtengo todo el grupo se va a extraordinario… y aquellos que deben otras materias piénsenlo bien, ya saben que no pueden presentar más de dos extraordinarios. Lamentaría mucho que algunos de ustedes no pudieran entrar a la preparatoria por encubrir a un compañero. Y no se hagan ilusiones: sé que ustedes se robaron el examen, y ahora ya saben las consecuencias de sus actos. Eso es todo, nos vemos el lunes.
-¡Es injusto lo que nos estás haciendo!
-¿Y robar es tu manera de luchar por la justicia?
IV
Contra lo que podría esperarse, salimos rápidamente de la escuela y nos alejamos, cada uno por su lado. Probablemente, al igual que yo, temen que se les note la duda: sabemos que delatar a Saúl es de cobardes y traidores pero, en alguna esquina de nuestro ser, deseamos que alguien lo haga. No sólo somos cobardes, sino también egoístas: nuestra mayor preocupación es no presentar un examen extraordinario. Por otro lado, tenemos claro que los amigos no actúan así y que en el mundo lo más valioso son los amigos. ¿Quién confiaría en un soplón? Hay un tercer argumento que ronda mi cabeza y quizá también la de mis compañeros: Saúl no actuó solo, todos somos cómplices. Es cierto que la idea fue suya y la decisión final también, nadie más se hubiera atrevido a sacar nada del portafolio pero, ¿habría tomado el examen si nosotros no lo hubiéramos animado?
Mientras comemos, mi mamá me pregunta cómo me fue en el examen de matemáticas, no se le va una. Por más que intento disimular, se da cuenta de que algo no anda bien y, aunque yo respondo “nada” a cada una de sus preguntas, poco a poco voy cediendo.
-¿Reprobaste alguna materia?
-Ojalá fuera eso.
-Gina, ¿puedo ayudarte en algo?
-No… El lunes Saúl vio el examen de matemáticas en el portafolio del maestro, que salió de la clase. Mientras decidíamos si nos lo quedábamos o no, regresó y Saúl se metió el examen a la bolsa. Después estuvimos pensando qué hacer, pero no había forma de devolverlo sin quedar mal, y para muchos era la oportunidad de no reprobar…
-Así que copiaron el examen y el maestro los descubrió.
-Sí.
-¿Y qué va a pasar ahora?
-Si no decimos quién fue, nos vamos todos a extraordinario.
-¿Y qué van a hacer?
-No sé. Los maestros no entienden que en todas las escuelas se copia, que es lo natural…
-Espero que tengas mejores argumentos para defender tu causa.
-Mamá, no es cosa de argumentos, entiende: si delatamos a Saúl, probablemente lo expulsen, ya sucedió una vez.
-Pero él no es el único responsable.
-Exactamente, no podemos hacerle eso.
-¿Cuál es el dilema entonces?
-Que hay como diez chavos que ya deben materias y si se suma ésta, no podrían entrar a la prepa.
-Pues sí es un dilema, pero yo creo que si confiesan, el maestro lo va a entender.
-Pues yo creo que no, y nadie se va a arriesgar porque las consecuencias serían terribles.
-Lo único que te puedo decir es que yo siempre trato de decir la verdad y me funciona bien.
-Yo también puedo tratar, pero eso no basta.
El problema con los adultos es que siempre están educando y uno no sabe qué piensan en realidad. Además, no se dan cuenta de los importantes que son los amigos… y ni se imaginan lo que es llegar todos los días a la escuela y que los demás se alejen o se burlen de ti, estar sola cada recreo y que nadie te acepte en su equipo. Parece muy fácil, pero si tomo una mala decisión y en la prepa me vuelvo a encontrar con algunos de mis actuales compañeros, soy mujer muerta.
V
A la mañana siguiente, me encontré a Berenice en la micro. Tuve que contarle las pesadillas de la noche anterior porque me estaban atormentando:
-Estábamos en la clase con Fernando que tenía la cara deforme, monstruosa, sus muecas y movimientos eran grotescos. Nos preguntaba quién había tomado el examen y, ante el silencio, nos hablaba del deber y refrendaba su amenaza. “¿Están seguros de que eso es lo que quieren?”, preguntaba. Yo levantaba la mano y Saúl me miraba con odio. Desperté sudando, prendí la luz, me tomé un vaso de agua y me volví a dormir… pero regresé al mismo escenario. Fernando hablaba y agitaba las manos, nos miraba fijamente y se burlaba: “Es increíble que en toda mi clase no haya un solo alumno honesto, que se atreva a decir la verdad. Son una bola de gallinas, qué lastima. Ustedes creyeron que callando salvarían al culpable, pero se equivocan. Perdieron su única oportunidad, porque yo sé quién tomó el examen y será expulsado.” Luego, señalaba a Saúl que salía despavorido del salón. Después de eso, ya no me animé a dormir, pasé la noche en blanco.
-¿Por qué te tomas las cosas tan a pecho?
-¿Qué quieres decir? ¿No te importa presentar extraordinarios?
-No tengo ninguna intención de hacerlo. No voy a pagar por las burradas de otros. Yo no copié el examen, así que, si es necesario, voy a decir quién lo robó.
-Pero estabas ahí, eres cómplice. De todas maneras te van a castigar.
-Cómplices los que lo animaron, fotocopiaron el examen y sacaron diez. Yo, si acaso, soy testigo. Y mi única obligación sería decir la verdad.
-Te van a odiar. ¿No te da miedo que te hagan la vida imposible?-. No podía creer lo que estaba escuchando: Berenice no sólo era una traidora, sino que ni siquiera se avergonzaba.
-En primer lugar, no tienen por qué enterarse. Y si lo hacen, tampoco me importa. Es el último año de la secundaria, en prepa voy a tener nuevos amigos. Además, conmigo Saúl y sus cuates nunca se han portado bien. Cuando tengo suerte me ignoran, pero otras veces se burlan, inventan chismes, un día tomaron una foto de mis piernas con su celular y se la mandaron a los demás… No merecen que lo piense dos veces. ¿Y tú? ¿No puedes vivir sin ellos?
-Sí, puedo, pero no me atrevería a delatarlo.
-Pues yo sí. Si veo que las cosas se ponen feas, Saúl va a saber que hacerse el chistoso y el valiente tiene sus consecuencias. Que aprenda.
A lo largo del día, me doy cuenta de que nadie piensa como Berenice o, al menos, nadie se atreve a confesarlo. Las respuestas son unánimes: no van a saber quién tomó el examen porque ninguno de nosotros va a hablar. Para mí ya es más fácil sumarme a esa postura porque sé que Berenice nos salvará del purgatorio.
De cualquier manera estoy inquieta, preguntándome si ella tiene derecho a revelar lo sucedido. La lógica está de su parte, pero tengo la intuición de que eso no se hace. Por otro lado, me intriga la actitud de Saúl, ¿por qué asume que todos cerrarán filas para salvarlo? Una pregunta me sigue taladrando el cerebro: ¿hubiera actuado igual si no hubiera recibido nuestro apoyo? Quienes lo animaron, ¿son tan culpables como él? Quienes no lo impedimos, ¿también somos responsables? ¿Dónde encuentro las respuestas?
Me dan ganas de discutirlo con algún maestro, pero desconfío de ellos, podrían hacer mal uso de la información, desconfío de ellos. Tampoco quiero comentarlo con mis compañeros, porque cualquier palabra puede levantar sospechas. Ahora estoy segura de que se va a saber la verdad y es importante que haya ninguna duda sobre mí. Además, me da miedo acabar delatando a Berenice, pues aunque a ella esto de la lealtad no la convence mucho, a mí sí, y tengo que mantener sus planes en secreto.
VI
A la hora de la salida, Enrique nos convoca para el domingo en la tarde en la cancha de futbol. Llegamos como la mitad del grupo. No va a ser fácil tomar decisiones. Nadie se anima a empezar, hasta que uno pregunta:
-¿Qué hacemos aquí?
-Tenemos que ponernos de acuerdo en lo que le vamos a decir mañana a Fernando.
-¿Y para qué necesitamos un pacto? Esto no es la ONU, que cada quien haga lo que quiera.
-No seas menso, la única manera de salvarnos es actuar unidos.
-Yo propongo -inicia Abigail- que nos declaremos todos responsables y que nos apliquen el mismo castigo. No van a expulsar al grupo completo.
-Pero nos van a mandar a extraordinario, y yo ya debo Español y Química, no me dejan presentar tres exámenes.
-Es una situación muy difícil, pongan a funcionar sus neuronas al máximo o vamos a salir todos perjudicados.
-Lo mejor -afirma Alan, pensativo- es que nadie diga nada. Sin información, no se atreverán a ponernos un castigo tan radical.
-¿Y si alguien filtra la información?
-Nadie la va a filtrar –declara Alejandro, amenazante- aquí no hay soplones.
Berenice los escucha atenta; sólo yo conozco su decisión de delatar a Saúl en caso necesario. Sin embargo, la amenaza de Alejandro la hace reaccionar.
-¿Qué te hace pensar que todos nos vamos a quedar callados, exponiéndonos a un castigo que no merecemos?
-Eso es lo que hacen los amigos, ser solidarios.
-¿Así que ahora somos todos amigos?
-Claro, siempre lo hemos sido -responde Alejandro incómodo-. Saúl, sorprendido, se levanta del pasto y se recarga contra la pared.
-Pues yo pienso –continúa Berenice- que para ser amigos, Saúl es muy egoísta. ¿Por qué pretende que nos arriesguemos para salvarlo? ¿Por qué no nos salva él?
-Yo no tengo manera de resolver esto -afirma Saúl desde su rincón, molesto.
-Claro que lo tienes; ve y confiesa que tú robaste el examen.
-¡Pero si todos se beneficiaron! ¡Ustedes me animaron a sacarlo del portafolio! No van a dejar que me expulsen…
-Nadie te obligó ni te presionó. A lo mejor algunos se sienten obligados a apoyarte, pero yo no. Nunca me has tratado como una amiga y no puedes pedir que yo actúe como tal.
Las palabras de Berenice nos dejan estupefactos. ¿Cómo se atreve a insinuar públicamente que va a ir con el chisme? Las miradas son una mezcla de desprecio y admiración. Después de escucharla, estoy aún más confundida: no había pensado que Saúl era egoísta al pedir que lo defenderíamos ni se me había ocurrido que él también podría mostrar su amistad asumiendo la culpa. Sin embargo, estoy de acuerdo con él cuando insiste en que no actuó solo… y aunque a algunos les caiga mal, ¿no deberíamos mostrar un frente común ante las autoridades? ¿Ser compañeros no supone ser leales? Los adultos siempre se apoyan para poner sanciones: padres, maestros, directores y hasta prefectos se confabulan contra nosotros al más mínimo error, ¿por qué no haríamos lo mismo?
-Eres una traidora, sólo piensas en ti. No te importa que me expulsen.
-Tan malo es que te expulsen como que yo me vaya a extraordinario por algo que no hice y por ayudar a alguien que me ha maltratado; no cuentes conmigo.
Las palabras de Berenice llenan la cancha de silencio, un silencio que duele porque pone de manifiesto nuestro egoísmo, nuestros miedos, nuestra inseguridad. ¿Cuántos de los que apoyan a Saúl lo hacen por amistad y cuántos por temor a ser rechazados? ¿Cuántos de los que apoyan a Berenice están convencidos de que tiene razón y cuántos la aprovechan para desquitarse de Saúl o para salir ilesos? La voz de Juan rompe el silencio:
-Fernando es tan responsable como nosotros.
-¿Por qué dices eso? –pregunto, feliz de poder participar sin evidenciar mis dudas.
-Dejó los exámenes a la mano, nosotros caímos en la tentación.
-A él lo llamaron por teléfono, no lo hizo a propósito.
-Si él no hubiera dejado su portafolio con los exámenes abierto, no estaríamos aquí.
-Es cierto –añade Yolanda-, cuando yo olvidé mi celular en el patio y se lo robaron, todos dijeron que era mi culpa.
Este argumento ilumina las caras, diluye la tensión y provoca una reacción en cadena: todos opinamos, condenamos, nos inspiramos… ni por un momento se nos había ocurrido involucrar a Fernando en el delito. ¿Delito, escribí? Pues sí, violamos las leyes de la escuela… pero tenemos un atenuante. Entusiasmados, nos ponemos a redactar una carta para prevenir la sentencia condenatoria, pero a medida que intentamos poner los argumentos en el papel se muestran flojos, sin fundamento. Cuando el desánimo está a punto de someternos, mi cerebro da muestras de actividad neuronal:
-Oigan, hemos perdido de vista lo más importante –todos me voltean a ver mientras exclamo, triunfante-, ¡no pueden expulsar a Saúl porque ya no hay clases, se acabó la secundaria!
Los rostros se van transformando, mientras cada uno va cayendo en la cuenta de que el dilema ha dejado de serlo: no van a expulsar a un alumno al final del período de exámenes, sería absurdo. La escuela no va a buscar problemas en el cierre del año; como tantas otras veces, dejarán pasar el incidente sin hacer ruido.
Nadie será traidor, egoísta ni víctima, por lo menos en esta ocasión… la secundaria se terminó… la alegría empieza a teñirse de nostalgia, de inquietud, de espanto. Durante las últimas semanas el fantasma de la despedida había sido conjurado por la angustia de los exámenes, los preparativos de la fiesta de graduación y las amenazas de Fernando, pero en unos instantes todo se borra para dar paso al futuro inminente: una nueva etapa, escuelas distintas, caminos que construir… De alguna manera, el robo del examen y la crisis en el grupo nos ayudó a huir momentáneamente de esa realidad incierta ante la que tenemos que comparecer.
Por aquellos días la prepa, la carrera, el trabajo, el mundo parecían inaccesibles, y nosotros nos sentíamos tan diminutos e incapaces que estábamos seguros de no dar la talla. Pero la dimos. Lo sé porque cuando encuentro a uno de mis compañeros de esa época en la calle, en el café o en el cine, siempre evocamos esos años como aquellos que más nos dolieron y nos volvieron fuertes. Sin duda, la vida fue más fácil después de la secundaria.