Indiferencia, Sociedad

¿Cuál es el lado positivo de la indiferencia?

I

Para Dante no hay peor pecado que el de ser indiferentes. Aquellos que cometen este pecado son condenados, después de su muerte, a vagar sin destino, ya que nunca hicieron nada lo suficientemente bueno como para ser premiados pero tampoco nada tan malo como para ser castigados. Así, lejos del cielo y del infierno sus almas errantes no encuentran descanso.

Ser indiferente es ser un turista en el mundo, desviar la mirada ante la injusticia y la miseria y privarse de los placeres compartidos, es crear un mundo egoísta donde sólo cabemos nosotros y en el que de vez en cuando aceptamos algunos visitantes. Pero la realidad siempre queda en la acera de enfrente. ¿Dónde está Siria? ¿Por qué permiten las manifestaciones? ¡Ya aburrieron con los transgénicos!

El lema del indiferente es “cada quién su vida”. No está dispuesto a preocuparse ni a sufrir por los demás, sus propios problemas le bastan. Renuncia voluntariamente a la construcción de la sociedad porque no cree en ella. Que otros se ocupen de votar, de protestar o de ayudar a las víctimas. Él se conforma con quejarse cada noche de lo mal que está todo y de que no hay nada que ver en la televisión. Si saben contar… no cuenten con él. Está en una especie de siesta permanente y nunca encuentra la energía para despertar y actuar. Es difícil no considerarlo como un ser nocivo para la sociedad, por ello Elie Wiesel afirma que el único derecho que no le concedería a nadie es el derecho a ser indiferente.

II

Decía Ciorán con célebre ironía que cuando el hombre pierde su capacidad de indiferencia se convierte en asesino virtual. Porque a partir de entonces se dedica a meterse en la vida de los demás. Parecería que muchos de nosotros nos consideramos poseedores de la verdad absoluta y nada de lo que diga o haga el otro nos es indiferente: necesitamos darle un consejo. Tenemos que explicarle al vecino por qué no arranca su coche y a nuestro hermano por qué no consigue trabajo. No podemos contenernos cuando nos enteramos de que a Susana la abandonó su esposo: nuestro deber es mostrarle sus errores y decirle lo que hubiéramos hecho en su lugar. Así, citando de nuevo a Ciorán, “La sociedad es un infierno de salvadores”. Todos queremos ser portavoces de la redención. Todos sabemos lo que le conviene al otro. Omnisapientes, desde nuestro trono miramos con lástima a esos pobres incapaces que no saben cómo conducirse en la vida y requieren de nuestra guía, aunque ellos mismos la rechacen.

Paradojas de la vida: no estamos donde nos necesitan y acudimos a donde nadie nos llama. Así, indiferentes a la vida social y sobreinvolucrados en las vidas personales de los demás, construimos nuestros munditos individuales dándole la espalda al Mundo.

Esther Charabati

Deja un comentario