Progreso

¿El progreso es un mito?

DE LOS ANDROIDES A LOS CLONES

Todo empezó a principios del XIX cuando, en plena era urbana y tecnológica, los seres humanos pudieron fantasear que el progreso científico les permitiría suplantar al Creador. Así, se empezó a hablar de máquinas androides y —¿por qué no?— de máquinas de tiempo, máquinas que piensan, máquinas de sueños. De pronto, la idea de crear un mundo a la medida dejaba de ser una locura. Pero no todo era optimismo: de inmediato surgieron voces que alertaban sobre esta usurpación. Frankestein era una advertencia de que el hombre debe temerse a sí mismo. O más bien a lo que es capaz de hacer. El hombre sin límites, sumado a los poderes desconocidos, se convirtió así en un valioso material, primero para la literatura y posteriormente para el cine.

Tal vez es cierto, como afirma Ciorán, que el ser humano requiere una cierta cantidad de miedo que posibilite la prosperidad —y, añadiríamos—, el equilibrio. Quizá sea el temor lo que nos mantiene vivos, precavidos, en movimiento. Y quizá no nos baste el miedo sin objeto —la angustia—, sino que requerimos de amenazas concretas. La ciencia ficción está siempre dispuesta a proveernos: los androides, los extraterrestres, los poderes paranormales, la invisibilidad, los mutantes, los viajes por el tiempo, los mundos paralelos son temas que han sido explotados por los medios y la publicidad sin ninguna evidencia de que existan. No por ello generan menos inquietud entre los espectadores. A estos fenómenos hay que sumar los robots desobedientes que se vuelven contra su creador y los efectos colaterales de la tecnología. La constante en estos productos es el estar destinados a satisfacer —o incrementar— nuestra sed de angustia.

La imaginación creativa nos ha permitido adelantar lo que sería un mundo donde la televisión y el lavado de cerebro uniformarían a la sociedad estableciendo las bases de un régimen autoritario, tal como se presentan en Un mundo feliz y 1984. Estas lecturas, entre otras, nos hacen pensar que quien no siente miedo es porque no tiene visión, dado que un temible futuro nos está esperando. En ese sentido, la ciencia ficción nos serviría de antena para prevenir las catástrofes modificando el proceso.

Lo curioso es que la ciencia ficción cada vez se inspira más en lo real. Se han vuelto taquilleros temas como la sobrepoblación, el agotamiento de los recursos naturales, la desregulación de los climas y las civilizaciones de clones, todos ellos surgidos de las páginas de los diarios. Desde el registro político también se suministran amenazas comercializables, tales como el terrorismo, la guerra nuclear y los enfrentamientos religiosos. En Memorias de una sobreviviente, Doris Lessing describe un futuro espeluznante en que hordas de jóvenes y niños emigran de las ciudades en busca de seguridad. ¿Llegará el momento en que nuestro presente se convierta en ese futuro? Ésa es la pregunta que mantiene viva la angustia y la ciencia ficción.

Esther Charabati

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